domingo, 1 de agosto de 2010

Monolito Culpable

Era un lugar apartado de cualquier mirada entrometida, nadie podría descubrirlo, ¿quién buscaría en ese lugar?; tenían manera de relacionar los hechos con el lugar, pero no podían averiguar quien era el “despiadado” como seguramente lo nombrarían en los periódicos, la televisión o la radio local.

Carlos era todo lo que se suponía que él debía ser. En el trabajo, Carlos siempre estaba por encima de él; era el invitado principal a todas las conferencias sobre antropología, sus libros eran los más vendidos, las investigaciones con más presupuesto le eran asignadas a Carlos.

En realidad eso no le molestaba, su odio apareció el día en que Natalia su mujer, decidió ir a visitarlo a la oficina, vio a Carlos y dijo que le parecía un hombre bastante interesante. ¿Por qué?, ¿qué le veía?, ¿no se daba cuenta que eran prácticamente la misma persona?, entendía que Carlos tenía más oportunidades que él, pero eso no lo hacía menos, o eso pensaba.

Citó a Carlos en el bar donde festejaron su primer asenso, platicaron toda la noche, pero no le puso atención, sólo se acuerda que hablaba mucho sobre sí mismo, eso lo fastidio y su previo remordimiento cedió momentáneamente. Lo dejo hablar, de vez en cuando sonreía para hacerle creer que estaba interesado en su estúpida platica.

Espero mucho, pero finalmente Carlos perdió la conciencia gracias a la botella whiskey que bebió el sólo. Lo subió a la parte trasera del coche, como si fuera dormido, llego a un lugar alejado de la ciudad, había estudiado durante años ese extraño monumento de piedra sin resultados favorables, comenzaba a odiarlo y al mismo tiempo amarlo como si fuera lo único en el mundo que lo conociera lo suficiente.

Sacó a Carlos del coche y comenzó a golpearlo con el martillo que pudo sacar de la caja roja de herramienta que guardaba en la cajuela. Con la poca luz que caía sobre ellos, observó con una calma impresionante como desasía la cabeza de Carlos con cada golpe; como el martillo se unía a su cabeza para desprenderse con un hilo de sangre.

Dejó a Carlos tendido bajo el monolito, cuando fuera la policía a interrogarlo respondería irónicamente:

-Y yo que voy a saber, seguramente el monolito fue el culpable.


¡Feliz día de: no toquen mis cosas!